Parte 8: Constelaciones Familiares y Trauma. Recursos para la integración

Parte 8: Constelaciones Familiares y Trauma. Recursos para la integración

Parte 8

“¿Quién dijo que todo está perdido?  Yo vengo a ofrecer mi corazón” Fito Páez

¿Cuáles son los ingredientes del remedio que entre todos podemos crear? Probablemente podríamos escribir varios libros sobre nuestros recursos. Cada disciplina, cada teoría, cada tradición o cultura tiene los suyos. Es una alquimia compleja, ya que no todos necesitamos lo mismo, ni tenemos las mismas creencias; tampoco tenemos los mismos condicionantes internos o externos, ni vivimos las mismas situaciones o tenemos los mismos intereses.

Sin embargo, siguiendo el mapa de nuestro sistema nervioso, hay algunos recursos de regulación que podríamos considerar universales. De diversas maneras, múltiples disciplinas-desde las más ancestrales hasta las más contemporáneas-, trabajan con prácticas que integran cuerpo-mente, miradas que abordan a los conflictos desde una perspectiva integradora e interdisciplinar, anclando la teoría en prácticas y hábitos cotidianos.

Existe una serie de categoría de recursos internos y externos. En primera instancia, necesitamos cubrir los recursos que cubren necesidades materiales básicas como por ejemplo la alimentación, la posibilidad de dormir bajo un techo y de tener cobijo, que son la base para que los demás recursos se puedan desarrollar. Luego podríamos decir que existen recursos psicológicos, espirituales, naturales, creativos, relacionales y somáticos. Probablemente esta categorización puede ampliarse y modificarse. Sin embargo, quiero referirme aquí a algunos de ellos que considero muy valiosos en mi propio proceso personal y profesional.

Nuestra aliada incondicional es en primer lugar la respiración. Reguladora por excelencia, nos permite relajar nuestro sistema nervioso y traernos al presente. Si uno de los efectos del trauma es la hiperactivación (en donde el sistema nervioso simpático toma el control), la respiración nos vuelve a conectar con nuestro sistema parasimpático, trayendo sensación de seguridad y anclaje.

La naturaleza en todas sus expresiones es otra gran reguladora de nuestro sistema nervioso. Reconectar con ella es hacerlo con nuestra naturaleza interna, encontrando nuestro propio ritmo, nos permite enraizarnos y ampliar nuestra base. Estar en contacto con la tierra y el agua, tomar la energía del sol, contemplar la belleza de una flor, escuchar el canto de los pájaros, hacer huerta o jardinería, son algunas de las tantas formas de tomar de nuestra madre tierra.

El arte, presente desde los comienzos de la humanidad, es un gran dínamo transformador de nuestras vivencias: danzar, cantar, pintar, escribir, actuar, etc. En todas y cada una de sus expresiones, el arte es un instrumento de resiliencia magnífico.

Las prácticas contemplativas, meditativas o de atención plena, son esenciales a la hora de trabajar con muchos de los efectos de los traumas individuales y colectivos. Si hay fragmentación, hiperactivación, indiferencia, polarización, incongruencias entre lo que sentimos, hacemos y pensamos, fracturas relacionales y tantas otras consecuencias de estas heridas de la humanidad, el hábito de crear un espacio interno es esencial. Aquí podemos incluir, además de las disciplinas que trabajan desde la quietud, aquellas que lo hacen desde el movimiento como el Yoga, las danzas circulares o las artes marciales, la danza Butoh, entre muchas otras.

CONTINUARÁ…

Desmitificar el camino rosa de la maternidad

Desmitificar el camino rosa de la maternidad

Desmitificar el camino rosa de la maternidad. Desnudarlo de todo color, de toda etiqueta, de todo juicio. Volverlo transparente… translucido.

Poder nombrar lo innombrable para poder reconocernos las unas en las otras, para crear una red que nos devuelva nuestra humanidad: con todos nuestros errores, dificultades y carencias; también con nuestros recursos, potencias y  virtudes.

¿Cuántas veces dijimos “yo NUNCA voy a decirle o hacerle  esto a mi hijo/a pero luego repetimos el mismo patrón del que estábamos deseando escapar?

Es que lo que excluimos, busca ser visto, ser reconocido e integrado, y muchas veces lo hace a través de la repetición.

Esta es una invitación a vernos realmente. Ponernos en el lugar de la otra, poder conectar y crear relaciones resilientes y transformadoras para acompañarnos- ni más ni menos- en la co-creación de la vida.

Ablandar la mirada hacia nosotras mismas y hacia las demás, no implica hacernos menos responsables. Todo lo contrario. Ablandar la mirada- corriendo el juicio y los debería- nos coloca de frente con nuestras incoherencias, desequilibrios y frustraciones. Y para ello necesitamos herramientas, recursos y una red, que nos acompañen en el proceso.

Ablandar la mirada no es justificarnos o castigarnos, es abrazarnos en las imperfecciones para comprometernos con nuestra tarea de  forma adulta, coherente y conectada.

¿Cuántas veces nos llenamos de debería, de maternidades ideales imposibles de manifestar, de juicios hacia las demás que tiempo más tarde, nos llevaron a esconder nuestros errores y nuestras sombras para que otras no nos enjuicien a nosotras?

Todo el entramado familiar se desequilibra con la llegada de una nueva vida. Junto con nuestros hijos alumbramos la memoria de nuestra historia transgeneracional. Siempre quedan situaciones sin digerir, pasado sin integrar o heridas sin sanar.

Desmitificar el camino rosa de la maternidad, nos habilita también a algo que a muchas nos cuesta hacer: pedir ayuda.  Porque en la historia de la humanidad, solíamos criar en comunidad.  Porque necesitamos sentirnos seguras para dar seguridad a los/as niño/as. Y como en la mayoría de los casos, nuestras estructuras de seguridad- forjadas en nuestra niñez- no están sanamente establecidas, nos es más difícil sostener, mirar, comprender, empatizar.

¿Cuántas veces vamos a  la plaza, al jardín, a la escuela y miramos con benevolencia y apertura lo que allí acontece?

Creo esencial en estos tiempos tan movilizantes y reestructuradores, crear relaciones resilientes, crear espacios de escucha, de acompañamiento, de sostén.

En el proceso de la evolución, las células para poder sobrevivir hicieron una gran transformación: se asociaron, creando organismos multicelulares. De esta forma, se adaptaron a la creciente complejidad del medio.

De la misma manera, nos invito a seguir desanudando los tejidos que hemos heredado, para crear nuevos entramados …juntas.  

A veces, es mucho para mí

A veces, es mucho para mí

La indignación nos atraviesa colectivamente como una aliada, como una bandera que levanta el pueblo para manifestarse, para expresarse, para solidarizarse con sus compatriotas, para hacerse oír por los gobernantes, para dar voz a los sin voz, para pedir justicia, etc. etc.

Sin embargo, llevo un largo tiempo mirando más en profundidad mi propia indignación. Llevar los procesos colectivos a mi intimidad, me permite crear coherencia; no siempre es fácil, no siempre es agradable, pero siento que me da fuerza, que me conduce al terreno de lo posible, de lo tangible, de lo transformable. Desde allí, el siguiente paso se clarifica.

Cuando observo más detenidamente mi indignación, descubro que me permite tomar distancia emocionalmente de una situación que me abruma, como un filtro a través del cual, pierdo contacto interno con el sentimiento más profundo (o la profundidad del sentimiento) que me está habitando, que esta persona o situación externa despertó en mí.

Cuando algo es mucho para digerir, me cuido reaccionando. Se tensiona el cuerpo, se entumecen los músculos, se cierra el pecho, se aprieta la mandíbula, se acorta la respiración, se activa la mente y la energía se pone al servicio de sacar hacia afuera lo que no puedo digerir dentro: el miedo, el dolor, el enojo, la vergüenza, la tristeza…

Cuando el sistema se sobrecarga, salta la térmica. El problema no está en la térmica entonces, sino en lo que la hizo saltar. En qué lugar del circuito interno algo se sobrecargó y como respuesta inteligente, reaccioné.

Es que algunas veces, es mucho para mí.

Entonces una vez más, respiro y le brindo tiempo a todo lo que se moviliza en mí a partir de una vivencia. Escucho este espacio íntimo y sensible, que la persona o situación externa generó o revivió.

¿Qué sucede con mi indignación cuando hago esto?

Por un lado, muchas veces el dolor, o el miedo, o la frustración aumentan. Necesito estar dispuesta a darle espacio, a habilitarlo y acompañarme en ese movimiento. Esto de por sí ya es sanador. Por otro lado, la reacción se transforma así en acción, primero hacia dentro y desde allí se extiende hacia afuera.

Mi responsabilidad-mi habilidad para responder- aumenta.

Cuando me indigno, me pregunto: ¿Cuáles eran mis expectativas? ¿Dónde estaba cuando me encontraba con ese otro? ¿Le veía, le escuchaba, le sentía? ¿Esperaba algo del afuera para moverme dentro? ¿Hubo límites que no pude poner? ¿Hubo pedidos que no pude hacer? ¿Me cuesta respetar los límites del otro? ¿Estoy dispuesta a reconocer al otro y vincularme con todo lo que trae? 

Recorrer el camino de transformar los “debería”, “tendría que”, “me gustaría”, los ideales…en reconocimiento de lo que está siendo tal cual es.

El camino del asentimiento transforma la reacción en acción. Asentir como paso previo al aceptar. Asentir también a los no puedo, a los me cuesta, a los aún no me sale, a los no quiero. El desafío de asentir sin culpas, sin juicios, sino abierta, amorosa, respetuosamente.

La transformación de la reacción en acción, es el camino hacia la adultez, no sólo la propia sino el reconocimiento que el otro también es un adulto, responsable de sí mismo. Esto me confronta con lo que puedo y con lo que no, con mi parte de la responsabilidad dentro de la relación, ya sea de a dos, de  tres o de toda una comunidad. La transformación colectiva está cimentada en mi propia adultez.

Por eso, me comprometo en el hábito de la escucha, de la presencia, de la quietud. Sin cuestionamiento de mis propias estructuras y los orígenes de las mismas, la posibilidad de acción (que incluye también la no-acción) y de contacto se limita enormemente. Porque sin consciencia no hay coherencia.

A veces, es mucho para mí.

Veo que a veces, es mucho para vos también.

Nos miro y nos reconozco.

Sí, así es.

El horizonte ahora,

Entre vos y yo,

se extendió.

Sin esfuerzo

Sin esfuerzo

¿Alguna vez se sintieron orgullosos/as como mujer/hombre, como mamá/papá, como compañera/o, como trabajador/a, como…. sin necesidad de hacer nada “especial” para reconocértelo? ¿Sin hacer ningún esfuerzo?

Imagínense un animal, una planta, el río, alguna estrella….Tómense un momento para contemplarlos internamente; en su existencia no hay esfuerzo por hacer, sino pura energía de Ser. Es desde su potencia de ser que hacen y no al revés.

En nuestra cultura y nuestra historia, el esfuerzo es un valor. El sacrificio de lograr nos hace sentir pertenecientes a nuestra familia, a nuestro trabajo, a nuestra ciudad, etc. Sin comunidad no sobrevivimos.

Somos porque hacemos, nos reconocen por ello y la necesidad de reconocimiento es una de las necesidades primarias de nuestra existencia.

En mi vida en general y en la crianza de nuestra hija en particular, siempre que he podido estar presente, disfrutando, jugando, enseñando, contemplando, nutriendo, escuchando, viendo…ha sido sin esfuerzo. Ha sido porque me he permitido Ser.

La conexión es sin esfuerzo. ¿O acaso hemos visto alguna vez algún bebé que esté  naturalmente desconectado de su cuerpo de lo que siente, de su necesidad de cuidado, de su llanto de hambre, de su dolor, de su risa?

Cuando los adultos estamos desconectados de nosotrxs mismxs, cuando nos hemos des-cuidado, des-oído-, des-atendido, des-estimado… ¿Cómo hacer para conectar con las tareas de cuidado, de escucha, de presencia, de nutrición sin esfuerzo? ¿Cómo respetar y sostener el cuidado para que nuestrxs hijxs permanezcan en conexión con ellxs mismxs y sus deseos?

A veces desconectarse es la mejor opción.

Como primer paso, el arte de observar la cantidad de esfuerzo (físico, emocional, mental  y relacional) que hago día a día es un regalo, porque he descubierto que  el esfuerzo es pura luz. Una luz que me muestra los rincones más sombríos y desconectados de mí ser. Una luz que me muestra los recursos que me ayudaron a crecer y que tal vez hoy, puedo transformar.

Cuanto mayor esfuerzo por hacer algo que no soy, por lograrlo en un tiempo que no está en conexión con mi ritmo natural, por demostrarlo hacia otrxs para que lo valoren….más desconectada estoy de mi misma.

Este observar  es esencialmente compasivo. Mirar amorosamente a la parte que se esfuerza es vital. Porque en algún momento lo aprendí, en algún momento fue la mejor opción para que me vean, para que me reconozcan, para que me valoren.

En algún momento de mis primeros años de vida, troqué amor y sostén, reconocimiento y miradas, a través del esfuerzo.

Por ello el esfuerzo es un gran velo: detrás de él hay mucha historia no digerida. Hay una memoria que trasciende nuestra historia y nos lleva a nuestra identidad ancestral.

Cuándo bailamos, cuando reímos, cuando estamos conectadxs con nuestra tarea, cuando disfrutamos del encuentro con alguien, es sin esfuerzo. Allí somos como los pájaros, como los ríos, como la tierra…Allí danzamos al ritmo de la vida.

Entonces tal vez, el esfuerzo es sostener el esfuerzo. Porque es sostener la desconexión de nuestro deseo, de nuestro pulso vital. Eso es lo que somos, solo nos olvidamos de ello. Y es mucha la energía que necesitamos invertir en olvidar.

Pero claro, todo este sistema no se sostiene sin la cultura del esfuerzo.

Y verlo a veces me incomoda, me enoja, me  duele…pero también me alivia.

También me permite transformar mis hábitos, hacerme más responsable,  vivir un poco más coherentemente, un poco más conscientemente.

 Paso a paso, en la medida que desando camino, a mi tiempo, me reencuentro…. sin esfuerzo.

Cuerpo individual, cuerpo colectivo

Cuerpo individual, cuerpo colectivo

Hay rincones de nuestro cuerpo en los que nos hemos escondido por años.

Órganos sosteniendo miedos, tejidos albergando enojos, huesos escondiendo tristeza.

Años de tensión, de historia sin procesar, de emociones sin conectar.

Hay rincones de nuestro cuerpo que de tanto sentir, hemos aprendido a dejar de hacerlo.

Hay espacios de nuestro cuerpo abarrotados de pensamientos, de ruidos que nos cuidan para no escuchar el silencio ensordecedor.

Espacios cerrados con traba y candado, llenos de fantasmas que nos susurran para ser liberados.

Hay rincones de nuestro cuerpo que quedaron aislados, incomunicados, desolados.

Hasta que en un instante… nos detenemos.

Y comienza el día en que decidimos desandar el camino: exploramos rincones, silenciamos los ruidos, destrabamos las puertas, relajamos los órganos, habitamos los espacios, miramos al enojo, abrazamos el miedo, tomamos la tristeza.

Nos habitamos. ¡Por fin! Nos habitamos. Un poco más íntegros, un poco más coherentes, un poco más vulnerables.

Y un día, nos volvemos a detener.

La mirada se abre y descubrimos, que no sólo es nuestro cuerpo. Somos muchos más: un cuerpo colectivo con un tejido social desgarrado; con venas vacías de sangre, que ha sido derramada una y otra y otra vez; con estructuras quebradas de sostener tanto peso por tantos años; con ojos que miran sin ver y oídos que escuchan sin oír.

Entre la muchedumbre un canto comienza a oírse. Algunos ojos se levantan del suelo, encontrándose con otros. Algunas manos se atreven a rozarse y las más osadas, se entrelazan. Otros cuerpos se asustan, quieren huir. Otros se enloquecen, quieren atacar. Los últimos se petrifican, no saben qué hacer ni que sentir. Es algo nuevo para todos.

Nos damos tiempo. Tenemos todo el tiempo del mundo.

Vamos creando un espacio para respirar juntos. Nuestros corazones poco a poco, se acompasan.

Hay rincones de nuestro cuerpo colectivo que comienzan a iluminarse. Hay puertas que comienzan a destrabarse, hay palabras que comienzan a decirse y silencios que nos sostienen.

¡Por fin! Nos habitamos. Un poco más íntegros, un poco más coherentes, un poco más vulnerables.

Es algo nuevo para todos, nos damos tiempo. Tenemos todo el tiempo de mundo. Nuestro viaje de mil millas, comienza hoy, con nuestro primer paso.

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