Si de algo se trata el camino de la maternidad, o al menos el mío, es el de ir hacia la sombras.

Aquellas que vi y pensé que ya estaban integradas; aquellas que creí que no tenía; las que, aunque las veía y sabía que estaban, las dejé para más tarde; aquellas que no les di tanta importancia, pensando que solas se iban a retirar.

Pero si hay algo que caracteriza a las sombras es su capacidad de insistencia y resistencia. Están sabiamente diseñadas para permanecer todo el tiempo que las necesitemos. Y cuando nació ella,  allí estaban todas, felices de ser descubiertas, alumbradas, reconocidas.

¡Las vi las vi! Susurró en mi vientre…

¡Piedra libre para las sombras de mamá! gritó mientras la paría.

 Y junto a su alumbramiento, con la misma intensidad, una a una parí a mis sombras: mi lado oscuro, indeseado, enjuiciado, negado.

¡Tanta necesidad de ser vistas tenían! Es que el problema no son las sombras, es la forma en que nos vinculamos con ellas. ¿Cómo las miramos? ¿Queremos esconderlas, mutilarlas, excluirlas?¿Nos generan miedo, enojo, entumecimiento?

En esos espacios internos donde todo está tan oscuro que andamos a los tumbos, tanteando los bordes de nuestra piel para no caernos al abismo… allí se acurrucan nuestros hijos.

Allí nos huelen, nos escuchan, nos sienten.

Y lo hacen por amor. Un amor ciego que no distingue entre bien y mal, mucho o poco, lindo o feo. Un amor que lo único que quiere es estar cerca de mamá y papá, aunque eso implique subir la montaña, caminar por el desierto, dormir a la intemperie, luchar contra animales salvajes, pasar días de ayuno… l@s hij@s estamos dispuest@s a cualquier cosa, inclusive a dar la vida por nuestros padres.

Las sombras son nuestras aliadas; las creamos en algún momento, cuando era más seguro apagar la luz que mirar, taparnos los oídos que escuchar, perder el contacto que abrazar. Las crearon nuestros padres o abuelos mientras buscaban a los suyos, disociados entre un continente y otro, confundidos entre palabras de diversos idiomas y cuerpos de diferentes texturas.

¿Cómo abrazar mis sombras? ¿Cómo mirarlas con amor? ¿Cómo atreverme a cruzar esa frontera que en algún momento, por seguridad, tracé?  ¿Cómo atreverme a entrar a un espacio que por tantos años permaneció deshabitado?

Hay puertas que hace generaciones se cerraron. Gracias a estos candados la vida pudo continuar. Y luego llegan ellos, con la llave atada a su cordón umbilical y sus ojos inocentes, invitándonos a entrar.

También llegan amig@s, trabajos, parejas, proyectos…todos precisan luz para poder entrar, energía para poder crear, amor para poder crecer.

¿A través qué rendija se cuela nuestra sombra?

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