¿Alguna vez se sintieron orgullosos/as como mujer/hombre, como mamá/papá, como compañera/o, como trabajador/a, como…. sin necesidad de hacer nada “especial” para reconocértelo? ¿Sin hacer ningún esfuerzo?

Imagínense un animal, una planta, el río, alguna estrella….Tómense un momento para contemplarlos internamente; en su existencia no hay esfuerzo por hacer, sino pura energía de Ser. Es desde su potencia de ser que hacen y no al revés.

En nuestra cultura y nuestra historia, el esfuerzo es un valor. El sacrificio de lograr nos hace sentir pertenecientes a nuestra familia, a nuestro trabajo, a nuestra ciudad, etc. Sin comunidad no sobrevivimos.

Somos porque hacemos, nos reconocen por ello y la necesidad de reconocimiento es una de las necesidades primarias de nuestra existencia.

En mi vida en general y en la crianza de nuestra hija en particular, siempre que he podido estar presente, disfrutando, jugando, enseñando, contemplando, nutriendo, escuchando, viendo…ha sido sin esfuerzo. Ha sido porque me he permitido Ser.

La conexión es sin esfuerzo. ¿O acaso hemos visto alguna vez algún bebé que esté  naturalmente desconectado de su cuerpo de lo que siente, de su necesidad de cuidado, de su llanto de hambre, de su dolor, de su risa?

Cuando los adultos estamos desconectados de nosotrxs mismxs, cuando nos hemos des-cuidado, des-oído-, des-atendido, des-estimado… ¿Cómo hacer para conectar con las tareas de cuidado, de escucha, de presencia, de nutrición sin esfuerzo? ¿Cómo respetar y sostener el cuidado para que nuestrxs hijxs permanezcan en conexión con ellxs mismxs y sus deseos?

A veces desconectarse es la mejor opción.

Como primer paso, el arte de observar la cantidad de esfuerzo (físico, emocional, mental  y relacional) que hago día a día es un regalo, porque he descubierto que  el esfuerzo es pura luz. Una luz que me muestra los rincones más sombríos y desconectados de mí ser. Una luz que me muestra los recursos que me ayudaron a crecer y que tal vez hoy, puedo transformar.

Cuanto mayor esfuerzo por hacer algo que no soy, por lograrlo en un tiempo que no está en conexión con mi ritmo natural, por demostrarlo hacia otrxs para que lo valoren….más desconectada estoy de mi misma.

Este observar  es esencialmente compasivo. Mirar amorosamente a la parte que se esfuerza es vital. Porque en algún momento lo aprendí, en algún momento fue la mejor opción para que me vean, para que me reconozcan, para que me valoren.

En algún momento de mis primeros años de vida, troqué amor y sostén, reconocimiento y miradas, a través del esfuerzo.

Por ello el esfuerzo es un gran velo: detrás de él hay mucha historia no digerida. Hay una memoria que trasciende nuestra historia y nos lleva a nuestra identidad ancestral.

Cuándo bailamos, cuando reímos, cuando estamos conectadxs con nuestra tarea, cuando disfrutamos del encuentro con alguien, es sin esfuerzo. Allí somos como los pájaros, como los ríos, como la tierra…Allí danzamos al ritmo de la vida.

Entonces tal vez, el esfuerzo es sostener el esfuerzo. Porque es sostener la desconexión de nuestro deseo, de nuestro pulso vital. Eso es lo que somos, solo nos olvidamos de ello. Y es mucha la energía que necesitamos invertir en olvidar.

Pero claro, todo este sistema no se sostiene sin la cultura del esfuerzo.

Y verlo a veces me incomoda, me enoja, me  duele…pero también me alivia.

También me permite transformar mis hábitos, hacerme más responsable,  vivir un poco más coherentemente, un poco más conscientemente.

 Paso a paso, en la medida que desando camino, a mi tiempo, me reencuentro…. sin esfuerzo.

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