Desmitificar el camino rosa de la maternidad

Desmitificar el camino rosa de la maternidad

Desmitificar el camino rosa de la maternidad. Desnudarlo de todo color, de toda etiqueta, de todo juicio. Volverlo transparente… translucido.

Poder nombrar lo innombrable para poder reconocernos las unas en las otras, para crear una red que nos devuelva nuestra humanidad: con todos nuestros errores, dificultades y carencias; también con nuestros recursos, potencias y  virtudes.

¿Cuántas veces dijimos “yo NUNCA voy a decirle o hacerle  esto a mi hijo/a pero luego repetimos el mismo patrón del que estábamos deseando escapar?

Es que lo que excluimos, busca ser visto, ser reconocido e integrado, y muchas veces lo hace a través de la repetición.

Esta es una invitación a vernos realmente. Ponernos en el lugar de la otra, poder conectar y crear relaciones resilientes y transformadoras para acompañarnos- ni más ni menos- en la co-creación de la vida.

Ablandar la mirada hacia nosotras mismas y hacia las demás, no implica hacernos menos responsables. Todo lo contrario. Ablandar la mirada- corriendo el juicio y los debería- nos coloca de frente con nuestras incoherencias, desequilibrios y frustraciones. Y para ello necesitamos herramientas, recursos y una red, que nos acompañen en el proceso.

Ablandar la mirada no es justificarnos o castigarnos, es abrazarnos en las imperfecciones para comprometernos con nuestra tarea de  forma adulta, coherente y conectada.

¿Cuántas veces nos llenamos de debería, de maternidades ideales imposibles de manifestar, de juicios hacia las demás que tiempo más tarde, nos llevaron a esconder nuestros errores y nuestras sombras para que otras no nos enjuicien a nosotras?

Todo el entramado familiar se desequilibra con la llegada de una nueva vida. Junto con nuestros hijos alumbramos la memoria de nuestra historia transgeneracional. Siempre quedan situaciones sin digerir, pasado sin integrar o heridas sin sanar.

Desmitificar el camino rosa de la maternidad, nos habilita también a algo que a muchas nos cuesta hacer: pedir ayuda.  Porque en la historia de la humanidad, solíamos criar en comunidad.  Porque necesitamos sentirnos seguras para dar seguridad a los/as niño/as. Y como en la mayoría de los casos, nuestras estructuras de seguridad- forjadas en nuestra niñez- no están sanamente establecidas, nos es más difícil sostener, mirar, comprender, empatizar.

¿Cuántas veces vamos a  la plaza, al jardín, a la escuela y miramos con benevolencia y apertura lo que allí acontece?

Creo esencial en estos tiempos tan movilizantes y reestructuradores, crear relaciones resilientes, crear espacios de escucha, de acompañamiento, de sostén.

En el proceso de la evolución, las células para poder sobrevivir hicieron una gran transformación: se asociaron, creando organismos multicelulares. De esta forma, se adaptaron a la creciente complejidad del medio.

De la misma manera, nos invito a seguir desanudando los tejidos que hemos heredado, para crear nuevos entramados …juntas.  

EL arte de escuchar

EL arte de escuchar

A los once años, una infección en el oído me perforó el tímpano. Desde los 6 meses tuve otitis y a los once años mi cuerpo dijo basta, y dejé de escuchar al menos un buen porcentaje, de un oído. Lo que me sucedía era incómodo: yo hablaba muy bajito y no me podían escuchar, pero internamente me aturdía a mí misma. Tenía que hacer un esfuerzo para levantar la voz y que me escuchen y al mismo tiempo, hacer un esfuerzo para escuchar. Una operación me restituyó el tímpano: de mi piel externa reconstituyeron mi piel interna; y hasta el presente, no tuve más dolor de oídos, aunque mi nivel de escucha quedó afectado. 

Hoy, de alguna manera, se podría decir que me dedico a escuchar a otros a escucharse a sí mismos. Que aprendo día a día el arte de afinar la escucha en lo que no se dice, en el ruido del cotidiano o en el silencio de la soledad. Nuestras vivencias pasadas, siempre se pueden transformar en nuestros recursos más valiosos. 

Fue muchos años más tarde que pude volver a mirar qué me sucedió allí. Mis padres me acompañaron con mucho amor y coraje; recuerdo entre otras cosas, a mi mamá intentando calmar por las noches los dolores de oídos- que son muy desagradables- y a los abuelos llevándome regalos y presencia en el posoperatorio.

Lo que me pregunto es si como familia, tuvimos herramientas para mirar profundamente qué es lo que estaba manifestando este síntoma: ¿Qué me estaba aturdiendo por dentro? ¿Qué cosas estaba escuchando en realidad? ¿Qué estaba sintiendo emocionalmente? ¿Qué estaba pasando en mi casa que mi cuerpo manifestaba?

SI hay algo que he aprendido en mi corta maternidad y a través de los años en mi trabajo sistémico, es que l@s niñ@s saben lo que sucede a su alrededor, lo sienten, lo ven, lo perciben,  más aún si se trata de algo que sucede a sus padres.

Siento que como madres y padres, como parejas, como herman@s, como acompañantes en diversas áreas de la salud, en los espacios de trabajo, como vecinos, nos debemos una escucha profunda. EL arte de escuchar no sólo con los oídos, sino con todo el cuerpo, con todo nuestro ser, no sólo desde nuestra individualidad, sino desde nuestra historia familiar y transgeneracional.

En la no escucha, en la dificultad para abrirme ante un otro diferente a mí, en la incapacidad de soltar los juicios y conectarnos realmente, habitan los fantasmas del pasado, los silencios de nuestros antepasados, el dolor de la historia no procesada, el enojo integrado, los traumas no digeridos.

En el arte de la escucha voy encontrando mi propia voz. Creo que es imperante que cada unx encuentre su propia escucha y su propia voz, que sume al colectivo, que nutra al Todo, que construya en lo diverso.

¿Cómo es tu escucha interna? ¿Es coherente tu voz interna con la externa? ¿Qué te sucede en el cuerpo cuando escuchas hablar a otr@? ¿Cómo acompañas a tus hij@s a escucharse a sí  mismos y validar esta escucha?

El miedo que cuida

El miedo que cuida

16/09/21

(5 años de nuestra hija)

Ella juega con dinosaurios mientras se baña… El tiranosaurio rex le dice al carnotauro

“­-Es bueno el miedo….

-¿Que dices?

-Es bueno tener miedo… porque un dia hubo fuego y mis hermanos no tenían miedo… y se quemaron. Yo tenía miedo y huí y me salvé “

Hacer contacto con nuestro miedo nos cuida, nos conecta. Cuando somos niños o niñas y tenemos miedo, lo primero que hacemos es buscar una mirada que nos guíe, un cuerpo que nos sostenga, una voz que nos ayude a darle sentido….

Son los adultos quienes nos habilitan y co-regulan para que el miedo tenga espacio. Así aprendemos a reconocer nuestros límites y nuestras potencias. Así podemos permanecemos en contacto con nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestra intuición. Y así vamos tejiendo un camino de independencia en conexión, para poder cuidar de nosotros mismos.

Abrirle las puertas al miedo, al dolor, al enojo, a la vergüenza….para que la alegría se quede cerquita.

Que la vulnerabilidad sea nuestra invitada de honor, es el mayor regalo que podemos brindarle a las infancias.

Desandar los pasos del “no tengas miedo”…. “pero ya está si no pasa nada”….”no es para tanto ” tal vez no es un camino fácil, o rápido, o cómodo.

Necesita tiempo de escucha, de contacto con nosotros mismos, de mirada hacia nuestra historia y la historia de quienes aprendieron a no sentir para seguir adelante.

Hay miedos como el del dinosaurio, que nos hacen huir. Hay otros, que nos hacen atacar. Y hay otros que quedan congelados en el tiempo.

Muchos de éstos últimos, son los miedos de nuestros niños, que no tuvieron con quien sentirlos. Y sentir siempre nos cuida. De a poco, con paciencia, amablemente, amorosamente.

En esta cultura que insiste de tantas maneras (y en tantas películas), que para ser valientes hay que saltar al abismo sin tener temor, me ha llevado cierto tiempo aprender que a veces, valentía también es frenar al lado del abismo, observar el paisaje, tomarme el tiempo que necesito y buscar recursos, para construir un puente seguro, que me cruce hacia el otro lado del abismo… caminando de la mano del miedo.

Pariendo mis sombras

Pariendo mis sombras

Si de algo se trata el camino de la maternidad, o al menos el mío, es el de ir hacia la sombras.

Aquellas que vi y pensé que ya estaban integradas; aquellas que creí que no tenía; las que, aunque las veía y sabía que estaban, las dejé para más tarde; aquellas que no les di tanta importancia, pensando que solas se iban a retirar.

Pero si hay algo que caracteriza a las sombras es su capacidad de insistencia y resistencia. Están sabiamente diseñadas para permanecer todo el tiempo que las necesitemos. Y cuando nació ella,  allí estaban todas, felices de ser descubiertas, alumbradas, reconocidas.

¡Las vi las vi! Susurró en mi vientre…

¡Piedra libre para las sombras de mamá! gritó mientras la paría.

 Y junto a su alumbramiento, con la misma intensidad, una a una parí a mis sombras: mi lado oscuro, indeseado, enjuiciado, negado.

¡Tanta necesidad de ser vistas tenían! Es que el problema no son las sombras, es la forma en que nos vinculamos con ellas. ¿Cómo las miramos? ¿Queremos esconderlas, mutilarlas, excluirlas?¿Nos generan miedo, enojo, entumecimiento?

En esos espacios internos donde todo está tan oscuro que andamos a los tumbos, tanteando los bordes de nuestra piel para no caernos al abismo… allí se acurrucan nuestros hijos.

Allí nos huelen, nos escuchan, nos sienten.

Y lo hacen por amor. Un amor ciego que no distingue entre bien y mal, mucho o poco, lindo o feo. Un amor que lo único que quiere es estar cerca de mamá y papá, aunque eso implique subir la montaña, caminar por el desierto, dormir a la intemperie, luchar contra animales salvajes, pasar días de ayuno… l@s hij@s estamos dispuest@s a cualquier cosa, inclusive a dar la vida por nuestros padres.

Las sombras son nuestras aliadas; las creamos en algún momento, cuando era más seguro apagar la luz que mirar, taparnos los oídos que escuchar, perder el contacto que abrazar. Las crearon nuestros padres o abuelos mientras buscaban a los suyos, disociados entre un continente y otro, confundidos entre palabras de diversos idiomas y cuerpos de diferentes texturas.

¿Cómo abrazar mis sombras? ¿Cómo mirarlas con amor? ¿Cómo atreverme a cruzar esa frontera que en algún momento, por seguridad, tracé?  ¿Cómo atreverme a entrar a un espacio que por tantos años permaneció deshabitado?

Hay puertas que hace generaciones se cerraron. Gracias a estos candados la vida pudo continuar. Y luego llegan ellos, con la llave atada a su cordón umbilical y sus ojos inocentes, invitándonos a entrar.

También llegan amig@s, trabajos, parejas, proyectos…todos precisan luz para poder entrar, energía para poder crear, amor para poder crecer.

¿A través qué rendija se cuela nuestra sombra?

En la incertidumbre, te criamos

En la incertidumbre, te criamos

En la incertidumbre, te criamos.

En el miedo, te acobijamos.

En la alegría, te acompañamos.

En la vergüenza, te respetamos.

En el dolor, te sostenemos.

Hija,

gracias por mostrarme mis tesoros.  

Ahora me sumerjo,

los voy a rescatar. 

No hija,

no me podes acompañar.

Tengo que ir sola,

ya aprendí a bucear.

Y allí estoy,

en el fondo del océano, 

sin la luz del sol que me guíe,

sin el suelo que me sostenga.

En mi océano,

no hay fondo.

Me asusto,

me enojo,

me rechazo,

me desconozco,

me pierdo…

Por fin,

encuentro el piso y en él, 

la generosidad del agua que,

me ofrece una nueva perla.

Me reencuentro,

me reconozco,

me abrazo,

me libero….

Mi océano me impulsa,

de vuelta a la superficie.

Mis pies se elevan y

salgo a flote.

Una vez más, el sol.

Una vez más, salí.

Hay piso.

Siento la arena calentita

debajo de mis pies

Hija,

todo salió bien.

Aquí estoy…

Y me quedo.

No sabemos cuál es la historia de la madre que tenemos enfrente. No sabemos qué océanos tuvo que atravesar, o cuáles está observando desde la orilla, sin animarse a dar el paso,  porque nadie le enseño a nadar. No sabemos qué le sucedió a la mamá de esa mamá, o a su abuela, o a su bisabuela. No sabemos de qué guerras huyeron, cuántos abusos se esconden en los rincones de su cuerpo, qué trabajos las desvelaron, que silencios las acompañaron.

La maternidad, es puente hacia nosotras mismas, hacia nuestra infancia, hacia nuestra madre, hacia nuestras mujeres. Hacia nuestro padre, hacia nuestros hombres. Hacia lo que los unió y también hacia lo que los separó.

Tomemos la llave que trajeron nuestr@s hij@s atadas en su cordón umbilical con tanto amor, amor ciego, inocente, puro amor de hij@s.

Es nuestra oportunidad. Es nuestra responsabilidad.

Tomémosla y buceemos en nuestros océanos,

que aunque a veces parezca que no,

aunque la luz del sol se vea lejos, 

siempre saldremos a flote con una nueva perla.

Siempre habrá arena y sol,

esperando nuestro regreso.

El miedo que cuida

El miedo que cuida

Ella juega con dinosaurios mientras se baña… El tiranosaurio rex le dice al carnotauro 

“-Es bueno el miedo…. 

-¿Que dices? 

-Es bueno tener miedo… porque un dia hubo fuego y mis hermanos no tenían miedo… y se quemaron. Yo tenía miedo y huí y me salvé “

Hacer contacto con nuestro miedo nos cuida, nos conecta. Cuando somos niños y tenemos miedo, lo primero que hacemos es buscar una mirada que nos guíe, un cuerpo que nos sostenga, una voz que nos ayude a darle sentido…. 

Son los adultos quienes nos habilitan y co-regulan para que el miedo tenga espacio. Así aprendemos a reconocer nuestros límites y nuestras potencias. Así podemos permanecemos en contacto con nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestra intuición. Y así vamos tejiendo un camino de independencia en conexión, para poder cuidar de nosotros mismos.

Abrirle las puertas al miedo, al dolor, al enojo, a la vergüenza….para que la alegría se quede cerquita. 

Que la vulnerabilidad sea nuestra invitada de honor, es el mayor regalo que podemos brindarle a las infancias. 

Desandar los pasos del “no tengas miedo”…. “pero ya está si no pasa nada”….”no es para tanto ” tal vez no es un camino fácil, o rápido, o cómodo. 

Necesita tiempo de escucha, de contacto con nosotros mismos, de mirada hacia nuestra historia y la historia de quienes aprendieron a no sentir para seguir adelante. 

Hay miedos como el del dinosaurio, que nos hacen huir. Hay otros, que nos hacen atacar. Y hay otros que quedan congelados en el tiempo. 

Muchos de éstos últimos, son los miedos de nuestros niños, que no tuvieron con quien sentirlos. Y sentir siempre nos cuida. De a poco, con paciencia, amablemente, amorosamente.

En esta cultura que insiste de tantas maneras (y en tantas películas), que para ser valientes hay que saltar al abismo sin tener temor, me ha llevado cierto tiempo aprender que a veces, valentía también es frenar al lado del abismo, observar el paisaje, tomarme el tiempo que necesito y buscar recursos, para construir un puente seguro, que me cruce hacia el otro lado del abismo… caminando de la mano del miedo.

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