Los patrones que se repiten en nuestras relaciones íntimas, son mapas sagrados, que nos llevan al descubrimiento de los mayores tesoros de nuestra historia.
Si los desechamos o excluimos, si consideramos que son malos y nos queremos liberar rápidamente de ellos, retornan una y otra vez. En cambio, si les damos la bienvenida y les seguimos la pista, podemos desandar las rutas trazadas, recoger lo que perdimos en el camino y trazar nuevos mapas.
A veces, los espacios en mis relaciones se encojen. El espacio entre mi hija y yo, entre mi pareja y yo, entre mi amiga y yo. Pareciera que cuanto más cerca estoy de la persona o más sistémicamente entrelazada, mayor posibilidad de que esto ocurra.
Hay momentos en que las imágenes de mi propia historia me nublan la vista y lo que digo es una marea de palabras que tienen más que ver con mi propio pasado, que con lo que está aconteciendo realmente.
En esos momentos, el cuerpo se tensiona, se distancia, se desconecta. Brotan enojos, reclamos, ofensas. Dejo de hacer contacto. Me retiro de la relación, ya sea completamente (yéndome realmente hacia otro lado) o parcialmente (mi cuerpo está pero no siento nada o pienso en otra cosa)
Son escenas repetidas, casi siempre pasamos por los mismos lugares, dibujamos el mismo patrón, hasta que reencontramos nuestra caja de recursos y podemos volver al presente y retomar nuestra relación.
¿Conocen estos círculos? En general los atravesamos con enojo, con culpa, con juicios, con frustración, con “no debería haber vuelto a pasar”, “pero si yo ya se esto” etc etc….
Uno de los grandes recursos en mi proceso, es el aprender a ser Testigo.
Atestiguar lo que está sucediendo en mi o permitir que otro lo haga en ese momento. Porque a veces puedo hacerlo sola, pero muchas otras, si las sombras que aparecen son demasiado grandes para poder abrazarlas, he necesitado ayuda. Muchas veces. Pero no cualquier tipo de ayuda…
He precisado un par de ojos amorosos, una presencia respetuosa, un cuerpo abierto y disponible, un par de oídos libres de juicio u opinión, una voz susurrante o silenciosa.
Ser capaces de observar, en contacto con nosotros mismos, la danza que se despliega en estos patrones de reacción… es un arte. Un arte contemplativo. Un arte que requiere práctica. ¿Qué hace mi cuerpo, como se despliegan mis emociones, que sucede en mis pensamientos, como se mueve la energía dentro y alrededor de mí, que sucede en el espacio con la otra persona?
Y cuando soy tomada por estos códigos ancestrales, cuando no tengo la posibilidad de atestiguarme y reconocer lo que allí está pasando, ha sido vital que otro entre a ese territorio.
Abrirle la puerta a que otro atestigüe esta danza, es dejarnos ver en nuestra mayor vulnerabilidad y muchas veces, necesitamos tiempo. Para confiar, para dejarnos ver, para construir un espacio seguro.
Atestiguar a otro es una bendición, que requiere de una entrega humilde y benevolente y de una profunda honra a la historia trazada en su mapa. No hay nada que está mal allí, todo forma parte y tiene un sentido, aun aunque no sepamos conscientemente cuál es.
Ser testigos través de nuestra respiración, a través del contacto con lo que sucede en nosotrxs, a través de darle espacio a lo que sentimos en el cuerpo, a través de la mirada y la escucha, a través del contacto con la naturaleza.
Atestiguar es el arte de estar presentes con lo que sea que está sucediendo en este momento. Es poder encarnar el Sí en cada encuentro con nosotros mismos y en nuestras relaciones.
¿Qué prácticas cotidianas nos ayudan a desplegar la danza del atestiguar?