A los once años, una infección en el oído me perforó el tímpano. Desde los 6 meses tuve otitis y a los once años mi cuerpo dijo basta, y dejé de escuchar al menos un buen porcentaje, de un oído. Lo que me sucedía era incómodo: yo hablaba muy bajito y no me podían escuchar, pero internamente me aturdía a mí misma. Tenía que hacer un esfuerzo para levantar la voz y que me escuchen y al mismo tiempo, hacer un esfuerzo para escuchar. Una operación me restituyó el tímpano: de mi piel externa reconstituyeron mi piel interna; y hasta el presente, no tuve más dolor de oídos, aunque mi nivel de escucha quedó afectado. 

Hoy, de alguna manera, se podría decir que me dedico a escuchar a otros a escucharse a sí mismos. Que aprendo día a día el arte de afinar la escucha en lo que no se dice, en el ruido del cotidiano o en el silencio de la soledad. Nuestras vivencias pasadas, siempre se pueden transformar en nuestros recursos más valiosos. 

Fue muchos años más tarde que pude volver a mirar qué me sucedió allí. Mis padres me acompañaron con mucho amor y coraje; recuerdo entre otras cosas, a mi mamá intentando calmar por las noches los dolores de oídos- que son muy desagradables- y a los abuelos llevándome regalos y presencia en el posoperatorio.

Lo que me pregunto es si como familia, tuvimos herramientas para mirar profundamente qué es lo que estaba manifestando este síntoma: ¿Qué me estaba aturdiendo por dentro? ¿Qué cosas estaba escuchando en realidad? ¿Qué estaba sintiendo emocionalmente? ¿Qué estaba pasando en mi casa que mi cuerpo manifestaba?

SI hay algo que he aprendido en mi corta maternidad y a través de los años en mi trabajo sistémico, es que l@s niñ@s saben lo que sucede a su alrededor, lo sienten, lo ven, lo perciben,  más aún si se trata de algo que sucede a sus padres.

Siento que como madres y padres, como parejas, como herman@s, como acompañantes en diversas áreas de la salud, en los espacios de trabajo, como vecinos, nos debemos una escucha profunda. EL arte de escuchar no sólo con los oídos, sino con todo el cuerpo, con todo nuestro ser, no sólo desde nuestra individualidad, sino desde nuestra historia familiar y transgeneracional.

En la no escucha, en la dificultad para abrirme ante un otro diferente a mí, en la incapacidad de soltar los juicios y conectarnos realmente, habitan los fantasmas del pasado, los silencios de nuestros antepasados, el dolor de la historia no procesada, el enojo integrado, los traumas no digeridos.

En el arte de la escucha voy encontrando mi propia voz. Creo que es imperante que cada unx encuentre su propia escucha y su propia voz, que sume al colectivo, que nutra al Todo, que construya en lo diverso.

¿Cómo es tu escucha interna? ¿Es coherente tu voz interna con la externa? ¿Qué te sucede en el cuerpo cuando escuchas hablar a otr@? ¿Cómo acompañas a tus hij@s a escucharse a sí  mismos y validar esta escucha?

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