En los talleres de Constelaciones se producen múltiples encuentros. Nos encontramos con otros que están pasando por situaciones personales por las que nosotros o alguien de nuestro círculo más cercano alguna vez hemos pasado o estamos atravesando en el momento presente. Es así como la constelación de la otra persona se trasforma en una puerta hacia nuestro propio movimiento de sanación. La frase que escucho para el otro me atraviesa y genera un efecto en mí; el movimiento que realizo en el rol de un representante me llega a mis propias células y genera un proceso también en mí. Es así como de múltiples formas, brindando una ayuda hacia el otro que está exponiendo su trabajo personal me encuentro al mismo tiempo siendo ayudado.
Nos encontramos también con nuestra historia, tal vez no de la manera que nos la habían contado o que la recordamos, sino una historia diferente que trae otra mirada, otras comprensiones y acercamientos. Las constelaciones nos proponen que permanezcamos abiertos a eso nuevo que se muestra para poder mirar nuestra historia desde otro ángulo; permitirnos soltar los relatos y saberes y conectarnos con las imágenes que nos muestran lo que, en lo profundo de la conciencia familiar, está sucediendo. Al hacer esto, lo que era un peso se transforma en fuerza, lo que era un bloqueo puede ser una llave hacia una nueva puerta y lo que estaba desunido puede re-unirse.
A través de esta herramienta nos encontramos con nuestras sombras, nuestros dolores más profundos, lo que “no queremos ver” ya sea consciente o inconscientemente, no sólo de nuestras vivencias personales sino también lo que en el sistema familiar no pudo tener su lugar. Todos los hechos o personas que son excluidos en nuestra vida o en la vida de nuestra familia buscan ser incluidos nuevamente, buscan ser mirados y reconocidos; cuando esto no sucede aparecen los “síntomas” como mensajeros de dichos conflictos no resueltos. De múltiples maneras nuestros síntomas físicos, emocionales, mentales, vinculares, laborales, etc. nos hablan de estas exclusiones que habitan en lo profundo de nuestra conciencia familiar. Al poder reintegrarlas y reordenarlas, aquello que fue doloroso y difícil de mirar se transforma en fuerza y tiene un efecto sanador sobre nuestra vida personal y sobre el sistema familiar en general.
En un taller nos reencontramos además con nuestras múltiples inteligencias, en donde entender racionalmente de la forma en que generalmente pretendemos hacerlo en nuestra vida cotidiana, es sólo una pequeña parte y la mayoría de las veces lo menos importante para que el proceso de sanación ocurra. A través de una Constelación se puede vivenciar cómo nuestro cuerpo, nuestras emociones y nuestra alma tienen su lenguaje propio y nos muestran información muy valiosa sobre nosotros mismos y las dinámicas dentro del sistema.
La información que se revela en este trabajo no surge de nuestra mente y lo que a través de ella llegamos a ver y comprender, sino de una conciencia más profunda a la que pertenecemos desde el primer día que somos concebidos. Es por eso que muchas veces, lo que se ve en una Constelación nos sorprende porque no es lo que esperábamos ver; o, por el contrario, lo que se revela nos resulta conocido, pero igual nos conmueve profundamente, como si una parte nuestra aún estuviera conectada con esa historia que creíamos ya superada; a veces sucede que vemos imágenes “nuevas” que revelan movimientos que nos hubiera gustado hacer en nuestra vida y que de alguna manera se realizan a través del trabajo.
Con todo esto podemos decir que al contrario del tiempo lineal de nuestra mente, el tiempo del alma y del espíritu es otro, en el cual pasado presente y futuro confluyen en un mismo lugar modificándose y nutriéndose uno a otro y las Constelaciones Familiares de manera muy simple nos permiten el acceso a ese espacio multidimensional.
Como dice Bert Hellinger, las Constelaciones Familiares no son una terapia sino una filosofía de vida y creo que se necesita tiempo para incorporar su mirada y sobre todo aplicarla a nuestra vida cotidiana.
Podríamos imaginar al encuentro grupal o individual como el espacio en donde removimos nuestra tierra, sacamos las malezas y plantamos las nuevas semillas. Luego de este proceso, que para cada quien será diferente según cómo esté su jardín y la labor que en él viene realizando, se necesita tiempo. El tiempo es esencial para que las semillas crezcan, sin embargo no es lo único; es necesario ocuparnos en el día a día de lo que trabajamos en ese encuentro, es decir, darle a lo nuevo lo que necesita para seguir creciendo -sol, agua, seguir sacando las nuevas malezas, etc-. En otras palabras, se ponen en juego nuestra usual manera de vincularnos con quienes nos rodean, las creencias y prejuicios, lo que veníamos sosteniendo en nuestros espacios y proyectos, la manera de mirarnos a nosotros mismos.
El efecto que tenga esta herramienta, va a depender en parte de esta labor cotidiana que continuemos y una buena manera de incorporar la mirada e ir haciéndola propia es volvernos a encontrar en un círculo cada vez que lo sintamos. Los círculos son siempre potenciadores de los procesos individuales y la manera natural de crecer del ser humano, como nos lo recuerdan los pueblos originarios del mundo.
La propuesta de las Constelaciones, como tantas otras herramientas, recupera el lugar de la ancestralidad y la comunidad que en nuestra mirada occidental se ha perdido un poco y al círculo como lugar de encuentro, de aprendizaje y de sanación colectiva.
Mora, es hermoso lo que escribir. Me emociona profundamente ver, sentir y ser testigo del crecimiento de algunos de los que hace un tiempo atras decidimos embarcarnos en este camino espiritual. Felicitaciones!
Así es! Gracias Silvana abrazo grande
Gracias por la claridad, hermoso todo el texto.
Gracias!